PREFACIO

Los lectores que desconocen el progreso realizado en los últimos años por personas pertenecientes a la Sociedad Teosófica que se han dedicado con fervor al estudio del Ocultismo, no interpretarían quizás debidamente el sentido de lo que en este libro se expone, si no obtuviesen algunas explicaciones preliminares.

La investigación histórica se ha fundado hasta ahora para la civilización occidental en anales escritos; a falta de documentos literarios, han servido algunas veces los monumentos de piedra, y también nos han proporcionado los restos fósiles seguridades inequívocas, aunque inarticuladas, acerca de la antigüedad de la raza humana; pero la cultura moderna ha perdido de vista, o ha pasado por alto las posibilidades relacionadas con la investigación de sucesos pasados independientes de los testimonios falibles que nos han transmitido los escritores antiguos; y de aquí que el mundo en general conozca hoy tan imperfectamente los recursos de las facultades humanas, que la mayor parte de las gentes rechaza desdeñosamente, burlándose de la existencia misma, aun en potencia, de los poderes psíquicos que algunos de nosotros estamos ejercitando diariamente sin darnos cuenta de ello.

La situación es tristemente ridícula, desde el punto de vista de los que saben apreciar las perspectivas de la evolución, ante el espectáculo de la humanidad que de este modo rechaza obstinadamente un conocimiento tan esencial a sus progresos ulteriores.

El mayor grado de cultura de que es susceptible la inteligencia humana, al no aceptar todos los recursos de su conciencia espiritual superior, no podrá traspasar jamás los límites de un proceso preparatorio, comparado con el que pudiera desarrollar si agrandase sus facultades lo bastante para entrar en relaciones conscientes con los planos o aspectos suprafísicos de la Naturaleza.

Para cualquiera que tenga la paciencia de estudiar los resultados de las investigaciones psíquicas que se han publicado durante los últimos cincuenta años, debe quedar establecida en fundamentos inquebrantables la realidad de la clarividencia como un fenómeno posible de la inteligencia humana.

Para aquellos que no son ocultistas, esto es, personas dedicadas al estudio de los aspectos más elevados de la Naturaleza, y que se hallan en posición de obtener una enseñanza superior a la que pudieran proporcionar los libros, para aquellos, repetimos, que meramente se atienen a los testimonios consignados de un modo material, la negación de la posibilidad de la clarividencia se halla al nivel de la proverbial incredulidad africana respecto del hielo.

Pero las experiencias de la clarividencia acumuladas por los que han estudiado en relación con el magnetismo, prueban que existe en la Naturaleza humana la facultad de conocer los fenómenos físicos por alejados que estén, ya con respecto al espacio, ya con respecto al tiempo, de un modo que nada tiene que ver con los sentidos físicos.

Los que han estudiado los misterios de la clarividencia en relación con las enseñanzas teosóficas, se han podido convencer de que los recursos más trascendentales de esta facultad, sobrepujan tanto a aquellas sus manifestaciones más humildes, obtenidas por investigadores inexpertos, como los recursos de las altas matemáticas exceden a los de la simple aritmética.

La clarividencia es de varias clases, cada una de las cuales ocupa distintamente su lugar cuando llegamos a apreciar el modo como funciona la conciencia humana en los diferentes planos de la naturaleza.

La facultad de leer las páginas de un libro cerrado, de distinguir los objetos con los ojos vendados o a distancia del observador, es muy diferente de la que se emplea en el reconocimiento de los sucesos pasados.

De esta última es de la que debemos decir algo, a fin de que pueda comprenderse el verdadero carácter de este tratado sobre los atlantes; he hecho, sin embargo, alusión a las demás para que la explicación que voy a presentar no se tome equivocadamente por una teoría completa de la clarividencia en todas sus variedades.

Para llegar a comprender mejor la clarividencia relacionada con los sucesos pasados, consideraremos primeramente los fenómenos de la memoria.

La teoría que atribuye ésta a arreglos imaginarios de moléculas físicas de la materia cerebral que constantemente se están formando en cada momento de nuestra vida, sólo puede ser aceptada por los que no se elevan ni un grado sobre el nivel pensante y no trascendental del ateísmo y del materialismo.

A todo el que acepte sólo como hipótesis racional la idea de que el hombre es algo más que una armazón animada, deberá parecerle igualmente admisible el que la memoria está relacionada con el verdadero principio del hombre que es suprafísico.

Su memoria, en una palabra, es una función que pertenece a un plano que no es el físico.

Los cuadros de la memoria se hallan impresos, claro es, en algún medio no físico, y se hacen asequibles al pensador encarnado en los casos ordinarios, en virtud del esfuerzo que hace, si bien quedando tan inconsciente de su verdadero carácter, como lo está del impulso cerebral que obra sobre los músculos de] corazón.

Los sucesos pasados, con los cuales se halla en relación, están fotografiados por la Naturaleza en una página imperecedera de materia suprafísica, y haciendo un esfuerzo interno apropiado, llega a tenerles de nuevo presentes, cuando los necesita, dentro del área de algún sentido interno, el cual refleja su percepción en el cuerpo físico.

Todos no podemos hacer este esfuerzo con éxito igualmente feliz, y la memoria es algunas veces poco vívida; pero aun en los experimentos de la investigación del magnetismo, la sobreexcitación de la memoria en el estado magnético es un hecho familiar.

Los resultados demuestran claramente que los anales de la Naturaleza son asequibles si sabemos la manera de recobrarlos, o si tan siquiera mejoramos de algún modo nuestra propia facultad para hacer el esfuerzo que requiere el obtenerlos, sin necesidad de que tengamos mayores conocimientos acerca del sistema que se emplea; y esta idea nos lleva sin violencia a concebir que, verdaderamente, los anales de la Naturaleza no son colecciones separadas de propiedad individual, sino que constituyen el conjunto de la memoria de la Naturaleza misma, de la cual diversas personas pueden atraer proporciones con arreglo a sus facultades.

No quiero decir con esto que esta idea sea necesariamente la resultante lógica de la otra, aunque los ocultistas saben que lo que acabo de exponer es un hecho; el objeto que me propongo, es solo demostrar al lector profano, como el ocultista adelantado obtiene sus propósitos en este punto, y sin pretender yo con ello resumir en esta breve explicación todos los estados de su progreso mental.

Hay que consultar la literatura teosófica en general, si se quiere obtener un conocimiento más amplio de las magníficas perspectivas y demostraciones prácticas de las enseñanzas en muchos ramos que, en el curso del desarrollo del movimiento teosófico, se han dado al público para beneficio de todos los que se hallen en estado de aprovecharse de ella.

La memoria de la Naturaleza es realmente una unidad asombrosa, del mismo modo que en otro sentido vemos que toda la especie humana constituye una unidad espiritual, si consideramos aquel plano elevado de la Naturaleza, donde existe la maravillosa convergencia, en la que reside la unidad sin la pérdida de la individualidad.

En la masa común humana, constituida por la mayor parte de los individuos que aún se encuentran en los primeros peldaños de la escala de la evolución, las facultades internas espirituales, superiores a las que el cerebro como instrumento expresa, se hallan aún muy poco desarrolladas, y por tanto, no les permiten contacto alguno con los anales de los vastos archivos de la memoria de la Naturaleza, excepto aquellos con que están individualmente relacionados desde su creación, el ciego esfuerzo interno que son capaces de verificar, no puede, por regla general, atraer otros; pero aunque de un modo vacilante, tenemos ejemplos en la vida ordinaria de esfuerzos más efectivos, siendo la “transmisión del pensamiento” uno de sus humildes resultados.

En este caso, las “impresiones en la mente” de una persona, o sea los cuadros de la memoria de la Naturaleza, con los cuales se halla en relación normal, son cogidos por otra que en aquel momento es capaz, aunque inconscientemente del sistema que emplea, de colocar la memoria de la Naturaleza en condiciones favorables, un poco más allá del área con que generalmente está relacionada en su estado normal.

Semejante persona ha principiado entonces, aunque ligeramente, a ejercitar la facultad de la clarividencia astral, término que puede usarse convenientemente para denotar la clase de clarividencia que ahora trato de explicar, la cual es la que ha sido empleada en su superior desarrollo, para llevar a cabo las investigaciones que han servido de base para compilar el presente relato sobre los atlantes.

Los recursos de la clarividencia no tienen realmente límite en las investigaciones referentes a la historia pasada de la tierra, ya se relacionen con los sucesos acaecidos a la raza humana en épocas prehistóricas, o con el desarrollo del planeta mismo a través de los períodos geológicos anteriores a la aparición del hombre, o bien con sucesos más recientes, cuyos relatos han sido desfigurados por historiadores poco cuidadosos o mal intencionados.

La memoria de la Naturaleza es infaliblemente exacta y de una minuciosidad inacabable.

Llegará un tiempo, tan seguro como la presesión de los equinoccios, en que el método literario se desechará como anticuado en todos los casos de obras originales.

Muy pocas son aún las personas entre nosotros capaces de ejercer la clarividencia astral con completa perfección, las cuales no han sido aún llamadas a llenar funciones más elevadas en relación con el progreso humano, de las que la humanidad en general sabe hoy todavía menos que lo que el populacho indio entiende de los Consejos de Ministros.

Muchos son los que saben lo que pueden hacer estos pocos, y por qué proceso de educación y de propia disciplina han pasado, persiguiendo ideales internos, entre los cuales la clarividencia es sólo una circunstancia individual; pero, sin embargo, forman una pequeñísima minoría en relación con el mundo culto.

Pero algunos de entre nosotros tienen razones para estar seguros de que, andando el tiempo, y en un porvenir no lejano, el número de los clarividentes de competencia verdadera, aumentará lo suficiente para extender el círculo de los que conocen sus facultades, y hasta llegarán a abarcar toda la inteligencia y cultura de la humanidad civilizada, dentro de unas cuantas generaciones más.

Mientras tanto, el presente libro es el primero que se presenta como ensayo explorador del nuevo método de investigación histórica; y los que en el están interesados, no pueden menos de sonreírse al pensar cuán inevitablemente será tomado por una obra de la imaginación, durante algún tiempo todavía, por los lectores materialistas, incapaces de admitir la franca explicación que aquí damos acerca de cómo se ha obtenido.

En beneficio de los que sean más intuitivos, puede ser conveniente decir algunas palabras para que no supongan que por no ser obstáculo para la investigación por medio de la clarividencia astral, el tratar de períodos alejados de nosotros por cientos de miles de años, es por esto mismo un proceso que no envuelve trabajo alguno, Todos los hechos que se refieren en este volumen, han sido recogidos trozo a trozo con extremado cuidado en el curso de una investigación, en la que ha tomado parte más de una persona competente en los intervalos de otras ocupaciones, y durante algunos años.

Y para coadyuvar al buen éxito de su empresa, se les ha permitido examinar algunos mapas y otros anales conservados físicamente, de los períodos remotos aludidos, que se hallan mejor guardados que lo estarían por las razas turbulentas ocupadas en Europa en el desarrollo de la civilización durante los breves intervalos de descanso que les dejan las guerras, y oprimidas por un fanatismo que durante tanto tiempo consideró a la ciencia como sacrílega.

Sin embargo, por más laboriosa que haya sido la tarea, la considerarán ampliamente compensada los que se hagan cargo de cuán absolutamente necesaria para la debida comprensión del mundo, tal como le vemos, es el comprender su aspecto precedente atlante.

Sin este conocimiento, toda especulación referente a la etnología es fútil y errónea.

El curso del desenvolvimiento de las razas es un caos y una confusión sin la clave que proporcionan el carácter de la civilización atlante y la configuración de la tierra en aquellos tiempos.

Los geólogos saben que la superficie de la tierra y de los mares ha debido cambiar de lugar repetidamente durante el período en que, según saben también por la situación de los restos humanos en las diversas capas, estuvieron las tierras habitadas.

Y, sin embargo, por falta de un conocimiento exacto respecto de las épocas en que tuvieron lugar tales cambios, descartan toda la teoría de sus opiniones prácticas; y exceptuando ciertas hipótesis presentadas por algunos naturalistas al tratar del hemisferio meridional, han procurado, por regla general, armonizar la emigración de las razas con la configuración de la tierra tal como hoy existe.

De este modo se establece una confusión en todo lo pasado; y el esquema etnológico permanece tan vago y oscuro, que no llega a disipar el rudimentario concepto del principio de la humanidad que todavía impera en el pensamiento religioso, deteniendo el progreso espiritual de la época.

La decadencia y desaparición final de la civilización atlante, es tan instructiva como su elevación y gloria; pero ya he llevado a cabo el objeto principal de la breve explicación que me propuse, como introducción del libro que se presenta ahora al mundo; y si lo que he expuesto no es suficiente para hacer comprender su importancia a cualquiera de los lectores a quienes me dirijo, ninguna otra clase de recomendación mía seria capaz de obtener tal resultado.

A. P. SINNETT .