CAPÍTULO NOVENO

Nuevos fracasos y éxitos

Hace unos veinte años tuve ocasión de asistir a un Congreso médico sobre la malaria. Para documentarme tuve que estudiar la historia y antecedentes de tan terrible enfermedad.

Desde las primeras investigaciones de Klebs y Tommasi Crudeli, descubridores del “bacillus malaríe”, pasando por investigaciones posteriores que dieron como resultado el descubrimiento del “anopheles” como propagador de la enfermedad, hasta nuestros días, la ciencia ha hecho maravillosos progresos hasta el punto de que en la actualidad se dispone de medios eficaces para ayudar y proteger a la pobre gente que vive en regiones azotadas por esta enfermedad.

Uno de los países más castigados por la malaria era el Panamá. Como se sospechaba que las aguas sucias podían ser motivo de la propagación de los microorganismos productores de la malaria, las autoridades sanitarias del país ordenaron que en la azotea de todas las casas se instalaran depósitos de agua limpia y pura. El resultado fue contraproducente en absoluto. Pero las autoridades echaron la culpa al público a quien acusaban de negligencia y descuido en la conservación y limpieza de los depósitos de agua; por lo cual fueron dictadas órdenes severísimas y se impusieron fuertes multas. Una comisión especial era la encargada de vigilar el cumplimiento de las anteriores disposiciones y, entre los infractores, fue seriamente sancionado un pobre hombre que había dejado caer, seguramente sin intención, petróleo en su depósito. Poco podía sospechar aquel ciudadano que, sin darse cuenta, había dado en el clavo, ya que, como se comprobó más tarde, el petróleo era un medio eficaz para combatir la propagación del “anopheles”, portador de la infección.

Después de ese fracaso ruidoso, vinieron los modernos procedimientos alemanes, y ya la malaria se vence gracias a ellos.

Un caso parecido, aunque no análogo, ocurrió en Alemania. Se creía que los obreros que trabajaban en fábricas donde se laboraba con ácidos, estaban fácilmente expuestos a enfermar. Se decía, que el aire saturado de gases inorgánicos era altamente dañino y perjudicial para el organismo.

Un químico y médico experto, el doctor Kapff, hizo interesantes observaciones que dieron como resultado la demostración del error en que se estaba a ese respecto. Al visitar dicho doctor diversas fábricas donde se laboraba con ácidos se encontró con que, contra lo que venía creyendo el mundo médico hasta entonces, los obreros de estas fábricas estaban completamente sanos, y no sólo esto, sino que, además, entre ellos se desconocían las enfermedades infecciosas, los resfriados, la bronquitis, el asma, la tuberculosis, los desarreglos intestinales; disfrutaban de excelente apetito y vivían más de lo común. Y para patentizar que sus demostraciones tenían sólido fundamento, recordó que en la antigüedad, Galeno, uno de los padres de la medicina, había curado muchos casos de tuberculosis mandando inhalar a sus pacientes las emanaciones de ácido sulfúrico del Vesubío.

Por el año 1840, hubo en Inglaterra una epidemia de cólera. Se sorprendieron los médicos de que entre los obreros de las fábricas de lana artificial, que estaban constantemente bajo la acción de las emanaciones del ácido clorhídrico, no se había dado ningún caso de cólera.

Recientemente, médicos eminentes han continuado las investigaciones iniciadas por el doctor Kapff, y se han dedicado a reconocer y estudiar a obreros que trabajan en fábricas donde se labora con ácido acético, ácido fosfórico, ácido nítrico, ácido salicílico, etc. Fruto de esas investigaciones y estudios es la naciente Acidoterapia y la instalación en importantes clínicas alemanas de inhalatorios.

Cada día son más conocidas las publicaciones del doctor Hartmann sobre la acción terapéutica de los ácidos, médico que se hizo célebre por su interesante trabajo a este respecto presentado en el Congreso Médico de Insbruck, 1924.

De todos es conocida, hoy en día, la labor desinfectante de muchos ácidos; pues bien, nosotros afirmamos, junto con las eminencias antes citadas, que a esta interesante cualidad de los ácidos hay que añadir otra muy importante y trascendental, la de que por la inhalación de emanaciones de ácidos pueden combatirse con gran eficacia enfermedades, como la difteria, la escarlatina, la tos ferina, las enfermedades cerebroespinales, etc. En el hospital de Karlsruhe, llamado clínica Weinbrenner, se ha usado también esas emanaciones para evitar las temidas complicaciones que suelen presentarse al operar, tales como embolias, pulmonías, Y, en la actualidad, muchos cirujanos alemanes sólo trabajan en un ambiente completamente antiséptico obtenido mediante emanaciones olorosas de ácidos.

En Nuremberg, un médico práctico ha instalado inhalatorios públicos. En una amplía sala se distribuyen cómodamente sentados unos cincuenta pacientes de diversas enfermedades de los pulmones. Encima de una mesita central está colocado el inhalador, más complicado que el nuestro (descrito en otro capítulo del libro), pues es de funcionamiento eléctrico aunque su efectividad sea la misma. Mientras los enfermos aspiran el remedio osmoterapeuta el doctor da conferencias médicas o simplemente instructivas de otras ciencias.

Han sido tantos sus éxitos y maravillosas curaciones, obtenidas todas de una forma tan sencilla, que a veces cuesta trabajo obtener un asiento en una sesión osmoterapeuta de dicho doctor.

Médicos de primera fila han instalado inhalatorios similares.

Así, pues, querido lector, así como médicos modernos evitan y curan la malaria con nuestra Osmoterapia, que como hemos visto es inhalación, curaremos casi lo incurable.

Hay una diferencia esencial, capital, entre los sistemas anteriormente mencionados y la Osmoterapia, y esa es la que quiero yo, en mi carácter de fundador de la Escuela Osmoterapéutica, dejar bien subrayada para los tiempos venideros, pues estoy seguro que el día en que la ciencia médica, tanto alopática como homeopática, reconozcan la validez de ese principio, la Osmoterapía será uno de los sistemas imperantes.

Todas las escuelas anteriores actúan principalmente sobre el cuerpo físico, aunque sea sobre el sistema nervioso y animan justamente la fuerza latente curativa propia dentro de nosotros.

La Osmoterapia, teniendo en cuenta que no tenemos en el cuerpo material algo estable sino que nuestro organismo está sujeto a un constante morir y nacer, hasta tal grado que a los siete años somos completamente distintos de lo que somos años más tarde, no podemos tener resultados matemáticos en la curación de las enfermedades, pero tenemos otro cuerpo, un cuerpo prototipo, causal, específico que permanece siempre idéntico en su esencia; la Osmoterapía va actuando con sus olores o arcanos (esencias curativas) sobre ese cuerpo base, y entonces resulta, como efecto reflejo sobre el físico y por ende la curación, pues así llegamos a la esencia dinámica de la fuerza curativa.

Kant, como filósofo, y muchos médicos de conocimientos avanzados, admiten ese “nisus formativus” como agente que preside la evolución de las formas orgánicas.

Nuestros resultados son por eso tan grandiosos y esa es la novedad de nuestra escuela, que la pone por encima de todas las demás. Y basado en esto, invito a todos mis queridos colegas a hacer la prueba con nuestras esencias curativas, nuestros perfumes osmoterapéuticos.

Que abandonen por un momento esa rutina, casi ciega, en la aplicación de inyecciones, y que se remonten al mundo de las causas, que penetren en el verdadero Yo, que experimenten con nosotros la íntima satisfacción de aportar al noble campo de la medicina el sistema terapéutico definitivo. Es necesario armarse de valor para abandonar el viejo mundo rutinario y penetrar resueltamente en el nuevo de las verdades y de las causas.

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