CAPÍTULO XIII. EL PUEBLO HEBREO Y LOS "JINAS"

Breves palabras acerca del monoteísmo judaico. - Los ángeles o jinas en el Génesis. - Los querubines del Paraíso y el "Fuego Encantado" wagneriano. - Los "Elohim" creadores. - El "Pozo de las Aguas de la Vida". - Sara y los ángeles contra Sodoma. - El patriarca Enoch, Henoch, Jano o Jaino y la Biblia. - Caín, el prototipo de la raza jina. - El simbolismo del Pentateuco y el P. Scío de San Miguel. - La euthanasia jina, según diversos intérpretes católico-romanos. - Los hijos de Anak, el jina. - Equivalencias ocultistas del nombre de Henoch o "el Vidente-Iniciador". - El Henoch hebreo y el Hermes egipcio. - El "Enoichion" griego. - El Enoch de la Cábala. - El Enoch o Avatar de los hindúes y su Cruz. - Enoch-Helios o "El Caballero del Cisne". - La Ramases o "ciudad de Rama", hebrea. - Grandezas "jinas" del profeta Samuel. - El caso de Jonathás. - Significado del dicho de Josefo.

Como quiera que el asunto de los jinas se hace más y más sugestivo, abramos capítulo aparte a los jinas de los pueblos judío y cristiano, cuyos respectivos libros religiosos tanto han contribuido a cimentar toda la ideología de los pueblos occidentales, pueblos que, pese a sus guerras y egoísmos, se creen colocados hoya la cabeza de una civilización... de naipes, "como jamás ha conocido el mundo".

Desde luego, insistimos para ello en los derechos de nuestra acostumbrada libertad científica, sin la cual, y dentro del mayor respeto a los cultos de entrambos pueblos, toda investigación resultaría imposible. Además, como dice el Talmud: "Todas las opiniones sinceras que se emiten a propósito de un punto de doctrina, son palabras de Dios vivo."

Es muy frecuente en los autores que se ocupan de religiones comparadas el hablar del monoteísmo esencial de la religión judaica y su odio eterno hacia todo cuanto pueda trascender a un mundo superliminal o jina. Los ilustrados fariseos, los escépticos saduceos. diríanse siempre contrarios a poblar el mundo del más allá de esa pléyade inmensa de los 330 millones de devas o "dioses" del panteón hindú, como le poblara también el tan artístico pueblo griego con sus dioses consentes y selectos, sus semidioses y sus héroes.

Pero esto no es más que un craso error nacido de que los libros mosaicos, o "Biblia", que han llegado hasta nosotros, si bien reflejan con mayor o menar fidelidad las doctrinas exotéricas o populares groseras de los tiempos del gran reformador Moisés, están hechos con cargo a dichas leyendas antiguas por Esdras, después de la cautividad, y cuando ya "el pueblo escogido", como hoy sus herederos directos los pueblos europeos, se había hecho incrédulo y materialista.

El primitivo pueblo hebreo o semita no fué así, porque todavía conservaba, aunque materializadas, muchas de las doctrinas arias o "samaritanas" recibidas de los caldeos, ya que el propio patriarca A-braham ("el no-brahman") , el marido de Sahara (la Sara-svati hindú) , vino de Ur de la Caldea o "Tierra del Fuego"; es decir, de las colonias "parsis", donde el Fuego Espiritual se adoraba. Así las Intervenciones angélicas o jinas son frecuentísimas, contra lo que se cree, en el Antiguo Testamento. La primera de esta intervenciones es la de los querubines de fuego que, con sus espadas flamígeras, impidieron el retorno de la primera pareja humana al Paraíso del Deleite, en castigo por haber adquirido la razón al comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal .

Por cierto que el fuego de estos querubines no puede ser más real ni más simbólico.

Sí; el Paraíso del supremo deleite espiritual está fuera y por encima de la mera razón; el frío e inerte raciocinio animal del hombre no puede abarcarle, porque su Fuego, que es Luz de luces, sólo puede ser percibido y atravesado por la Mística, la ciencia del Supremo Amor, que es superior al conocimiento. Por eso, a la walkyria Brunhilda, en el drama wagneriano -drama inspirado en las primitivas tradiciones escandinavas o de los protosemitas nórdicos-, la piedad de su irritado padre Wotan al sumergirla en el ensueño de su encanto, la rodea en su roca de un Fuego Sagrado, cuyo muro no puede ser franqueado sino por un héroe como Sigfredo, prototipo de la Mente Espiritual .

En las subsiguientes intervenciones de seres superiores en los negocios del hombre, se advierte en la Biblia el detalle de que en los primeros tiempos antediluvianos, poco después, es Dios mismo los Elohim o Dioses, la hueste colectiva de creadores, como llevamos dicho), el que alterna y conversa con los hombres, presentándose al modo como en otras leyendas se presentan los jinas. En cambio, pasada esta época, y a Aquél se limita a dirigirse al hombre, ora velando su Faz con fuegos, nubes y sueños; ora delegando sus órdenes en el ministerio de los ángeles, y más tarde meramente en los profetas o héroes. Márcanse así claramente dos o tres períodos que los paganos, como los orientales, llamarían, respectivamente, las Edades de oro, plata y cobre, bien superiores en esto como en todo a la presente y tristísima Edad de hierro o Kaliyuga, donde el hombre no sólo no ve nada superior a él, sino que casi no se ve a sí mismo.

En esa edad de plata, pues, que al diluvio, o catástrofe atlante, subsigue, vemos a los ángeles o semidioses descender entre los mortales, y sería largo hacer de ello detalladas referencias. Consignemos, pues, las más principales sólo:

La primera es la del Pozo del Viviente o de la vida (Gén., XVI), en la que el ángel detiene a la fugitiva Agar y le profetiza su numerosa descendencia. Este pozo, con sus similares, juega gran papel en diversos pasajes bíblicos, y es, por supuesto, no un pozo material, sino el símbolo de las puras aguas de la Sabiduría oculta. Por eso la frase del v. 19, cap XXI del Génesis, cuando "Dios abrió los ojos de Agar en el desierto para que viese el pozo de agua...", y de aquí también la discordia entre Abraham y Abimelech (o el Melcha) el pagano Abí), a causa del dicho pozo de Bersabee. Otro pozo vemos figurar, ya seco o sin las aguas de la sabiduría, en la tragedia de Joseph (o Io-sapho, "la sabiduría de Io o primitiva") con sus hermanos, cuando éstos pretendieron matarle, y por consejo de Rubén -el hombre rojo atlante que diría Basaldúa- le esconden en dicho pozo o cisterna, ya seca, de donde le sacan luego para venderle a unos mercaderes egipcios. Otro pozo es el en que Eliezer (Helias-zar o "el hombre de Dios") encuentra a Rebeca, la nieta de Melcha, y se la lleva por esposa a Isaac, el hijo de su Señor (ib. XXIV). Pozos, en fin, de análogo carácter fueron los cegados por los palestinos (ib. XXVI) por envidia a las prosperidades conseguidas por los israelitas, y por cierto que, al par que los palestinos cegaban estos simbólicos "pozos de agua viva" o de la sabiduría, los israelitas abrieron otros no menos simbólicos con sus crecientes doctrinas de corrupción, y cuyos nombres, en el mismo texto, son Calumnia, Enemistades, Anchura (Ancho camino o Mal sendero), etc., hasta cavar el último, o sea el de la Abundancia, después de habérseles aparecido y adoctrinado el Señor (ib. XXVI) .

La segunda intervención superliminal, o jina de la Biblia, es aquella de cuando bajan tres ángeles disfrazados de peregrinos, como el Wotan wagneriano cuando recorría la tierra y conversaba con los perversos , y después de profetizar a Sara que tendría un hijo, pasan a destruir a las vecinas ciudades de la Pentápolis, hospedándose en casa de Lot, destrucción "por el fuego" en la que algunos teósofos ven un eco, más que de la sumersión de la Atlántida, de la anterior destrucción de la Lemuria por los fuegos volcánicos, según se lee en La Doctrina Secreta.

Pero nada de ello es tan sublime y sugestivo como los breves veZrsículos del Génesis consagrados al patriarca hebreo del "mundo de los jinas", el maravilloso Enoch, Henoch, Jaino o Jano, cuya excelsa personalidad jamás ha sido bien interpretada por los comentaristas, quienes, por no ponerse al nivel debido, "han tenido ojos para ver, y no han visto", porque les ha faltado para esto, como para todo, la divina "luz de Oriente", única capaz de guiar a la humanidad ilustrada por estos tan consoladores derroteros.

Hagamos, pues, una glosa adecuada de los pasajes de referencia, seguros de que el lector ha de sentir que algo nuevo, y por encima de lo vulgar, se abre ante sus ojos.

"Vivió Henoch -dice el texto hebreo- sesenta y cinco años. y engendró a Mathusalem, y anduvo Henóch con Dios -es decir, practicó la suprema vida del justo-, y vivió otros trescientos años, engendrando hijos e hijas, y todos los días de Henoch fueron trescientos Sesenta y cinco años, y desapareció, Porque se le llevó Dios."

Con estas sencillas, pero simbólicas palabras, nos habla el capítulo V del Génesis (v. 21 al 24) de la primera euthanasia humana, o sea del apoteótico tránsito al mundo de los jinas de aquel justo, biznieto de Cain-an (permutación del egregio nombre inca de Caín), que en el capítulo IV vemos ser descendiente, no de Seth, sino del propio y divino Caín , Viniendo luego a los comentaristas católicos de! hermoso pasaje Jina, nos sale el primero e! eruditísimo P. Scio de San Miguel, quien nos dice en la correspondiente nota: "Aunque algunos rabinos no admiten el tránsito de Henoch sino en e! sentido de la muerte natural, no pocos de entre ellos coinciden con la creencia cristiana de que Henoch fué arrebatado por Dios en verdadera euthanasia, viviendo desde entonces en esotro mundo -al que nosotros denominamos de los jinas-, mundo desde el cual, judíos y cristianos opinan bajará algún día para conversión y salvación de los hombres, o bien para constituir, en unión del profeta Elías -otro transfigurado, como pronto veremos- aquellos dos testigos de las maldades del Antecristo de que habla el Apocalipsis (XI, 3 Y 4), a quienes éste hará finalmente morir." El Eclesiástico -añade aquel intérprete bíblico- consigna claramente que Henoch resultó grato a los ojos del Señor y fué trasladado al Paraíso -o mundo de los jinas- para llevar a los hombres hacia el camino recto, así que se arrepientan de sus muchas culpas, y San Pablo afirma que, "gracias a su inmensa fe, Henoch fué traspuesto (o llevado en euthanasia a más excelso mundo), para que no viese la muerte, y que no fué hallado porque Dios mismo le traspuso, porque antes de semejante traslación tuvo así testimonio indudable de haber agradado al Señor durante su recta vida sobre la tierra".

Estas típicas frases del Iniciado cristiano en el capítulo XI de la Epístola a los Hebreos, no son, como él mismo dice, sino el fruto de "esa fe que es la substancia misma de las cosas que se esperan y la esencia de las cosas que no se nos muestran a nuestros ojos físicos, pero merced a la cual hallaron la verdad los antiguos, aquellos que, a lo largo de su vida de justos, alcanzaron los bienes eternos, llegando a hacer visible lo invisible... después de sufrir escarnios, azotes, cárceles y cadenas, y de ser apedreados, maltratados, probados y hasta muertos de espada, tras de andar de acá para allá, mal cubiertos por groseras pieles, desamparados, angustiados, afligidos, y andando fuera de un mundo que de ellos no era digno, descarriados por los desiertos, montes y cavernas de la tierra".

En cuanto al mundo especial donde seres tales como Henoch y Elías fueron trasladados, opinan doctores de la Iglesia tan poco idealistas como Agustín e Ireneo, que él no es sino un paraíso terrestre, donde viven en un nuevo cuerpo -el segundo cuerpo espiritual del que habla San Pablo-, que no está sujeto como el cuerpo físico a las miserias del envejecimiento, la corrupción, ni la muerte. Hasta ciertos Padres griegos, 'muy intuitivos y dotados de vigorosa imaginación creadora, como Teodoreto y San Juan Crisóstomo, llegaron a afirmar, según enseña aquel intérprete católico, que "se puede aun llegar a saber el lugar de felicidad al que dichos elegidos fueron trasladados", cosa -añadiremos nosotros- que es precisamente el objeto de este libro, al pretender, como por él pretendemos, inquirir acerca de la posibilidad y hasta la inmediata vecindad de este mundo de los llamados jinas, al terrestre mundo en que se agitan las tristes y mortales pasiones de los hombres.

                Para ello, vengamos, como siempre, a las enseñanzas de la Maestra, que nos dice:

"Enoch, el Patriarca que no ha muerto aún, y que según la cábala y el ritual de la Francmasonería es el primer poseedor del "Nombre inefable", figura también en el Libro de los Números (X, 29 Y 31) con el nombre de ANAK. En dicho libro vemos, en efecto, que el propio Moisés, el profeta guiado e inspirado por el Señor, se inclina reverente ante el sacerdote Hobab el madianita, hijo de Raquel, diciéndole: "No nos abandones, y, pues que tenemos que acampar EN EL DESIERTO, sírvenos de guía." Más adelante también, cuando Moisés envió espías a la tierra de Canaán, éstos trajeron como prueba de la sabiduría (cabalísticamente hablando) y de la bondad del país un racimo de uvas de tal tamaño, que tenían que conducirle dos hombres en una pértiga. Estos espías añadieron: "Allí hemos visto también a los hijos de ANAK, gigantes que proceden de los gigantes." Los madianitas, lo mismo que los canaanitas y hamitas, eran tenidos por "Hijos de las serpientes", es decir, por hombres sapientísimos.

Khanoch, Manoch o Enoch, esotéricamente significa, en efecto, el Vidente, el Iniciador, el Maestro del Ojo Abierto, así como el Enos del Génesis (IV, 26) significa "el Hijo del Hombre", y la historia que, según De Mirville (Pneumatologie, III, 70), refiere Josefo acerca de haber ocultado Enoch sus preciosos rollos o libros bajo los pilares de Mercurio o Seth, es la misma que se cuenta de Hermes, el "Padre de la Sabiduría", quien también ocultó sus Libros Iniciáticos bajo dos columnas, donde luego aparecieron escritos. Josefo, en efecto, a pesar de sus constantes esfuerzos en pro de la inmerecida glorificación de Israel, a quien quiere atribuir la exclusiva de aquéllos, hace verdadera historia, y habla de dichas columnas como existentes aún en su tiempo, y añade que éstas fueron erigidas por Seth, no el supuesto hijo de Adán, ni por el Hermes, Teth, Set, Thoth, Tat, Sat o Sat-an egipcio, sino por los "Hijos del Dragón o del Dios-Serpiente", nombre bajo el cual eran conocidos los Hierofantes antediluvianos de la Atlántida, el Egipto y Babilonia. Además, Enrichion griego, que significa "Ojo Interno", intuición o videncia trascendente y también en hebrero "el Iniciador", "el Instructor" de las gentes, con ayuda de los puntos masoréticos. Es, asimismo, el título genérico de multitud de profetas, tanto hebreos como paganos. Así, Isdubar, el Heabani, astrólogo caldeo, es arrebatado al Cielo por su protector el Dios Hea, e igualmente el profeta Elías es llevado "vivo" también al Cielo por su protector Jehovah, pues que Elías en la lengua hebrea significa Elihu o "el Dios Jah", Semejante plácida muerte o euthanasia tiene, en efecto, un profundo sentido esotérico, pues que simboliza la "muerte" de un Adepto que ha alcanzado el grado y poder de purificación necesario que le permite "morir" en el cuerpo físico y seguir viviendo con vida consciente en su cuerpo astral. La expresión de Pablo (Hebreos, XI, 5) de que "él no vería la muerte" (ut non videret mortem) tiene, pues, un sentido, no sobrenatural, pero sí esotérico, y aunque semejante significado secreto es siempre el mismo, las variaciones de dicho tema son infinitas. En cuanto a la desdichadísima interpretación que se da a algunas alusiones bíblicas respecto de la edad de Enoch, "que igualará a la del mundo", compartiendo con Jesús y Elías la dicha y los hombres del último Advenimiento, y de la destrucción del Antecristo, significa, en verdad, la correlación de Enoch con el año solar de trescientos sesenta y cinco días, y esotéricamente, por otro lado, el hecho de que algunos de los Grandes Adeptos volverán en la Séptima Raza, una vez desvanecido todo error, para proclamar como Shistas o santos "Hijos de Luz" que son ellos, el advenimiento de la Verdad, por tantos siglos obscurecida."

"En otro de los aspectos, Enoch -continúa-, el patriarca celeste y padre de Methmelad, es también el Primer Adán o el Microprosopus. El Enoch espiritual, que no murió, sino que fué arrebatado por Dios, es el símbolo también de la humanidad, tan eterna en el espíritu como en la carne; si bien esta última perece siempre para siempre renacer. La muerte, en efecto, es tan sólo un nuevo nacimiento, pues que el espíritu es inmortal, y, por tanto, la humanidad no puede morir jamás, y el Destructor se convierte en Creador, Tipo, en fin, Enoch del hombre, espiritual y terrestre a la vez, ocupa por eso el centro de la Cruz Astronómica, base geométrica de todo el simbolismo religioso de los avatares hindúes: la manifestación de la deidad o del Creador en su criatura el Hombre, es decir, de Dios en la humanidad y de la humanidad en Dios como Espíritu. Así se forma el símbolo de la Mundana Cruz de los Cielos, repetida en la tierra por el hombre dual y hasta por las corolas de ciertas plantas, con arreglo a la clave de Hermes, de que lo que está arriba es como lo que está abajo. La figura, pues, del místico simbolismo de Libra-Hermes-Henoch permanece así en el centro o punto de unión de la Cruz del hombre dual, del hombre físico reemplazando al "espiritual". La posición de una de sus manos señalando al cielo está equilibrada por la otra indicando a la tierra, es decir: infinitas generaciones arriba e infinitas generaciones abajo; un hombre de polvo que retorna al polvo y un hombre-espíritu que renace en espíritu; una humanidad finita, Hija del Dios Infinito.

Vengamos ahora a la historia de un célebre libro que lleva el nombre del gran patriarca jina.

Orígenes dice que Enoch -Co-en, Ca.-in o ]a-in- dejó escritos numerosos tratados de Astrología y otras ciencias ocultas, y que tales manuscritos fueron salvados del Diluvio -la catástrofe atlante, lepetimos- juntamente con otros preciados secretos. Tertuliano, San Agustín y San Jerónimo, dice el sabio don Benito F. Alonso en su Galicia prehistórica, hablan de estos escritos, que Pico de la Mirándola decía poseer.

¿Qué es el Libro de Enoch, del cual el San Juan del Cuarto Evangelio y el del Apocalípsis ha hecho tantas citas? Sencillamente un libro de Iniciación, que, entre velos y alegorías, da el programa de ciertos Antiguos Misterios de los Templos interiores. "El autor de los Sacred Mysteries among the Mayas and Quichés sugiere, con acierto, la idea de que las llamadas "visiones de Enoch" no son sino las experiencias de éste en los Misterios Iniciáticos de que participó, aunque, a renglón seguido, comete el gran error de creer que el libro fué escrito al principio de la Era Cristiana, siendo así que judas, en su Epístola (v. 14), hace citas del Libro de Enoch, y por tanto, según observa el arzobispo Laurencio, traductor de la versión etíope de este libro, no podía ser posterior, ni siquiera contemporáneo de los autores del Nuevo Testamento."

                Tal es la opinión de la Maestra, quien añade esta hermosa página de historia:

"Cuando Ludolf, llamado por nuestros eruditos nada menos que "el padre de la literatura etíope", examinó los diversos manuscritos etíopes relativos al Libro de Enoch presentados por el viajero Pereise a la Biblioteca Mazarina, declaró rotundamente que no podía haber ningún Libro de Enoch. Sin embargo, como todos saben, pronto quedó por tierra tan dogmática afirmación, pues que Bruce y Ruppel encontraron dicho libro en Abisinia, y trayéndolo a Europa unos años después, dieron margen a que el propio obispo Laurencio )0 tradujese. Bruce, por supuesto, despreciaba su contenido y se burlaba de él, como todos los demás hombres de ciencia, declarando, dice De Mirville (Pneumatologie, p. 73), ¡que era una obra gnóstica referente a Gigantes antropófagos y tocada de grandísima semejanza nada menos que con el Apocalipsis!

No fué ésta, sin embargo, "la opinión de mejores críticos que después vivieron". Así, el doctor Ganneberg llegó "hasta colocar el Libro de Enoch en el mismo y preferente lugar que el Libro tercero de los Macabeos, o sea a la cabeza de la lista de aquellos libros cuya autoridad se halla más cerca de las obras canónicas", que dijo el católico marqués de Mirville en su citada obra.

Como de costumbre, todos tienen razón, en parte, y en parte se equivocan todos. El aceptar a Enoch como una persona viva, como un carácter bíblico, es lo mismo que aceptar a Adán como el primer hombre, pues que Enoch es un término genérico aplicado a ciertos individuos de todos los tiempos y en todas las razas y naciones, y de aquí el hecho de qut' los antiguos talmudistas, doctores del Midrashismo, no estén de acuerdo en sus opiniones acerca de Hanokh, el Hijo de Yered, pues que, mientras que unos dicen que era un gran santo amado de Dios, y "que fué arrebatado vivo al cielo", es decir, que alcanzó el Nirvana o Mukti aquí en la Tierra, cual Buddha y tantos más, para otros talmudistas no era sino un perverso brujo, cosa, en fin, que corrobora que todo Hanokh o Vidente era un Adepto de la Sabiduría Secreta, sin ninguna especificación acerca del carácter (de la Diestra o de la Siniestra) del portador de semejante título."

"Para los judíos, el Libro de Enoch, sigue diciendo la Maestra, es tan canónico como el Pentateuco. La edad de entrambos no puede determinarse con exactitud, pero el Génesis de Enoch es, con mucho, anterior a los libros de Moisés, según nos enseña el doctor Jost y Donaldión. El Pentateuco, tal como hoy le conocemos, es posterior a la cautividad de Babilonia, o sea de hacia el año 150 (antes de J. C.). Guillermo Postel ha presentado aquel libro al mundo y explicado sus alegorías hasta donde le ha sido posible explicarlo y comprenderlo. El Libro de Enoch, en fin, es un compendio de la historia de las razas Tercera, Cuarta y Quinta. Unas poquísimas profecías de nuestra época actual y un largo resumen retrospectivo, introspectivo y profético de sucesos universales y completamente históricos, etnológicos, geológicos, astronómicos y psíquicos, amén de un poco de Teogonía de los anales antediluvianos. Citado él diferentes veces en Pistis, Sophia y en el midrashin más antiguo del Zohar, Orígenes y Clemente de Alejandría le tenían en muy alta estima, y le mencionan como una obra de antigüedad venerable. Sus visiones, desde el capítulo 18 al 50, son todas descripciones de los Misterios de la liniciación, una de las cuales es la del Valle Ardiendo de los Angeles Caídos, y quizá tuvo mucha razón San Agustín al decir que la Iglesia rechazaba el Libro de Enoch de entre los canónicos a causa de su enorme antigüedad, ob nimian antiquitatem (La Ciudad de Dios, XV y XXIII.) ¡No cabían, en efecto, los sucesos que en él se mencionan en el estrecho marco de los cinco mil cuatro años antes de J. C. que aquélla pretendía asignar al mundo!

El sabio M. de Sacy (Annales de Philosophie, pág. 393), nos dice: "El Libro de Enoch asigna al año solar 364 días, y parece conocer además períodos de tres, cinco y ocho años, seguidos de cuatro días suplementarios que, en su sistema, parecen ser los de los equinoccios y solsticios." Estos "absurdos" -añade De Mirville- acaso datan de algún imaginario sistema que pudo haber existido antes de que el orden de la naturaleza hubiese sido alterado en la época del Diluvio Universal, cosa que es precisamente la enseñada por la Doctrina Secreta, pues el propio ángel Uriel dice a Enoch: "¡Todas las cosas, oh Enoch, te las he revelado! Tú ves ya al Sol, a la Luna, y a los que conducen las estrellas del cielo, los cuales hacen que se repitan todas sus operaciones y estaciones. En los días de los pecadores, los años se acortarán y la Luna cambiará sus leyes..." (capítulo LXXIX, traducción de Laurencio). En aquellos días, años antes del Gran Diluvio que barrió a los atlantes y cambió la faz de toda la tierra, al cambiar la inclinación de su eje, la naturaleza geológica, astronómica y cósmicamente, no podía ya ser la misma, porque, como dice el Libro, "Noé gritó con amargura tres veces, diciendo:

¡Oyeme, óyeme, óyeme! La Tierra trabaja con violencia, y seguramente voy a perecer con ella" (capítulo LXIV).

                Habían llegado, en efecto, los tiempos en que se cumpliese el de decreto de la Ley Natural Evolutiva, de que la Cuarta Raza fuese destruida para dejar el puesto a otra mejor que ella, pues que el Manvántara había llegado a su punto de vuelta al cumplirse las tres y media Rondas de las Siete, y la gigantesca Humanidad física había descendido hasta el punto más bajo de su grosera materialidad, y de aquí aquel apocalíptico versículo acerca de aquella Raza, "aquellos gigantes que conocían todos los misterios de los ángeles, todos los poderes secretos y opresores del Mal y de la brujería".

En el capítulo VIII del Pirkah, de Midrash, R. Eliezar atribuye a Enoch lo que tantos otros autores atribuyen a Hermes Trimegisto, pues que los dos son idénticos en su sentido esotérico, y añade que "Hanokh comunicó a Noé la ciencia del cálculo de las estaciones". Este Hanokh y su "Sabiduría" pertenecen, en dicho caso, al ciclo de la Cuarta Raza Atlante, y Noé al de la Quinta, por lo cual pudo decir el Tohan que "Hanokh tenía un libro idéntico al Libro de la Generación de Adán, es decir, del Misterio de la Sabiduría". En tal sentido representan Hanokh y Noé las dos Razas-Raíces anterior y presente. En otro sentido, la desaparición de Enoch, "que se fué con Dios y no existió ya más porque Dios se lo llevó", es una alegoría relativa a la desaparición de entre los hombres del Conocimiento Sagrado y Secreto, llevado consigo por el "Dios colectivo de los Java-Aleim, los altos Hierofantes, las Cabezas de los Colegios de Sacerdotes Iniciados". En suma, que los Enoch o Enoichions se confinaron estrictamente al recinto de los Colegios Secretos de los Profetas entre los judíos, y de los Templos entre los gentiles. Enoch, en fin, termina H. P. B., interpretado, por otra parte, con la sola ayuda de la clave simbólica, es el tipo de la doble naturaleza espiritual y física del hombre. Por ello ocupa el centro de la Cruz Astronómica o Estrella de Seis puntas, que Eliphas Levi tomó de una obra secreta. En el ángulo superior del Triángulo superior está el Aguila; en el inferior izquierdo, el León; en el derecho, el Toro, mientras que sobre el Toro y el León, o sea a los dos lados del Aguila, está la faz de Enoch o del Hombre. Ahora bien: las figuras del Triángulo superior, omitiendo la Primera, por ser de meros Chahayas o Sombras, representan a las Cuatro Razas anteriores, mientras que Enos o Enoch está colocado entre la Cuarta y la Quinta Razas, por representar la Sabiduría Secreta de entrambas. Ellas son también los cuatro Animales de Ezequiel y del A pocalípsis. En el Doble triángulo del Ardhanari hindú se nos presenta una representación mucho mejor, pues que en él están simbolizadas tan sólo las tres Razas históricas para nosotros, que son: la Tercera o Andrógina, simbolizada por Ardha-nari; la Cuarta, representada por el poderoso León, y la Quinta o Aria, por su símbolo más sagrado hasta hoy: la Vaca o Toro."

El Enoch hebreo es, por otra parte, añadimos nosotros, ese Enos o Senius de los antiquísimos Cantos etruscos de los Hermanos Arhales, de los primeros días de Roma, "el renovador de la verdadera Religión de la Naturaleza", cuyo triunfo solar o jina se celebraba con grandes fiestas patriciales o iniciáticas. Por eso, la leyenda romana del Brabante, como tantas otras, le presenta, no en "carro de fuego", sino conducido por "un Cisne" (Swan, Chohan, etc.) , para socorrer con sus protecciones jinas a todos los desvalidos representados por la EIsa del Lohengrin. Este Caballero Helias, a su vez, es el nexo místico, al par que histórico, que enlaza a los venerandos nombres de EIías y de Enoch, como se ve en el hermoso libro de Bonilla San Martín El mito de Psiquis.

Más o menos, todos los profetas de Israel están relacionados, en efecto, con ese tronco mágico de HeJi, Helios o Eliu (el Sol), como pertenecientes, efectivamente, a una dinastía solar o elegida, o jina, verdadera primogénita de la Humanidad. Así vemos, por ejemplo, a Samuel (o Samael, el Angel triunfador de la muerte) interviniendo en todos aquellos interesantes sucesos bíblicos que establecen en el pueblo hebreo la transición entre el gobierno paternal y libre de los Jueces y el despótico de los Reyes.

"Hubo un hombre ephrateo de Rama Thain-Sophin, del monte Ephraím, cuyo nombre era Elcana, hijo de Eliú, hijo de Tho-hu, hijo de Soph", dice el texto bíblico al damos la genealogía del profeta Samuel, con cuyas simbólicas palabras nos viene a dar todas las características raciales de este verdadero ario solar, es a saber: Rama-Thain, la ciudad de Rama, Ra, Ar o el Sol, o sea la Rameses egipcia, de donde partieron los israelitas; el santo monte de los Ephoros, equivalente al Monte Moriah, el Monte-Santo o Montsalvat de otras teogonías, tantas veces aludido en nuestros estudios ocultistas . El Cana o Alcaina, el simbólico hijo de Helias, Helios o Eliú, el nieto de Hieroham, verdadero "tronco hierosimilitano-caldeo"; el biznieto de Tho-Hu, Hu Thot o el egipcio dios Thot-Hermes, el de la Oculta "Sabiduría iniciática", y el tataranieto, en fin, de Ain-SuPh o Ain-Soph, el Obscuro e Inefable "Anciano de los Días".

Con Anna (las Aguas) , la primera mujer de dicho santo hombre, como con Sarah, Rebeca y demás "mujeres fuertes" bíblicas, símbolo de otras tantas diosas luni-solares del paganismo, se repite la eterna leyenda de la esterilidad física vencida a fuerza de oraciones, que consiguen al fin la sucesión apetecida, con caracteres bastante parecidos a los de la leyenda árabe del nacimiento de Abdallah, abuelo del profeta Mahoma . Anna, en efecto, promete al Señor consagrarle el hijo que tuviese, cosa que realiza llevándole al templo y presentándole al Sumo Sacerdote Helí, cuyos hijos, por el contrario, eran el prototipo de la disipación y la codicia.

Creció así Samuel en el agrado de Dios y de los hombres, ministrando en el templo al Señor delante de Helí, y el Señor se le manifestó en Siló, Lila o Lais, como a verdadero profeta de Israel, pudiendo así lograr para su pueblo múltiples victorias sobre sus enemigos los impíos filisteos, gracias a los mágicos prodigios que operaba. por su intercesión; ungir y dirigir al rey Saúl, como antes se lo había profetizado; conducir a su pueblo a Gálgala, es decir, "a la altura o monte de la verdadera fe"; producir lluvias y desencadenar o aplacar tempestades; destituir a Saúl por sus errores ungiendo rey en su lugar a David, a quien protege mágicamente contra las injustas persecuciones de aquél, y aparecerse, en fin, después de muerto al réprobo Saúl -quien le evocara mediante la célebre pitonisa de Endor (1, Reyes, XXVIII) - anunciándole su muerte para el siguiente día.

Pero antes de dejar de ocupamos del profeta Samuel y del rey Saúl, el lector nos perdonará que recordemos aquí un incidente extraño referido en el capítulo XIV y relativo a Jonathás, el hijo de Saúl, por la relación que el pasaje entraña con aquel otro de la leyenda irlandesa relativo al melifluo Cauldrón de Dagda o "Caldera de Pedro el Botero", que diríamos en España, y al modo como, mojando un dedo en sus mieles el enanito Gwión, pudo adquirir con sólo dos gotas la Sabiduría, mientras que el resto del líquido se volvía veneno y rompiendo la caldera vertía el contenido nefasto, provocando éste al repartirse por el mundo el Diluvio Universal (De gentes del otro mundo, cap. VII).

Dicho capítulo bíblico nos relata cómo Jonathás dijo a su escudero: "Escondámonos de los nuestros, y escalando los inaccesibles peñascos de Machmas sorprendamos por allí a los filisteos". Así lo hicieron con enormes dificultades, deslizándose por el precipicio de entre los dos picos de Boses y de Sene, o "del abismo cenagoso y del punzante espino", como rezan las etimologías de los dos émulos de Scila y el Caribdis de la Odisea, y cayendo amo y criado sobre los enemigos hicieron en ellos increíbles destrozos, viendo lo cual los israelitas, a quienes tenía escondidos en las cuevas del monte su propio miedo, salieron entonces a completar la matanza, y el propio Saúl, para que nada les distrajese a los suyos de tamaño estrago en las filas enemigas, les dijo: "Maldito sea quien vuelva a probar bocado hasta que mi venganza sobre mis enemigos sea definitiva".

Pero Jonathás, ignorante de semejante orden, habiendo llegado a un extraño bosque cuyo ámbito manaba literalmente mieles, alargó la punta de su traza y mojándola en un panal de miel la llevó a su boca, "aclarándosele, entonces, dice el texto, sus ojos"; es decir, adquiriendo como Gwión el don de la clarividencia y hasta. de la profecía. Terminada la carnicería de filisteos, el Señor no dlÓ respuesta aquel día a sus sacerdotes -indignado, sin duda, contra Jonathás de igual modo que contra Adán y Eva, al temer que llegasen ellos a igualarse a los dioses, probando también, después de haber mmido del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, del Árbol de la Vida (Génesis, 111, 22) -. Preocupado con ello el rey Saúl, convocó a los principales del pueblo para averiguar por parte de quién había venido el pecado causante de las iras del Señor, añadiendo que, aunque éste fuese el propio Jonathás, le haría morir. Echadas, pues, suertes adivinatorias (las célebres Sortes Sacerdotarum o Juicio de Dios por los dados, tan características de la Magia Negra), entre el pueblo, de un lado, y el rey y su hijo, de otro, la suerte acusó primero a éstos y finalmente al hijo. El dolorido rey, ni más ni menos que en tantas otras tragedias griegas, hebreas y ulteriores, se decide a inmolar a Jonathás, pero el pueblo agradecido se amotinó y logró salvarle.

                En resumen de todo esto, y aun de lo que vendrá en el próximo capítulo, nos le hace la Maestra con estas, palabras:

                "El dicho de Josefo de que (Antiquities, IX, 2) está escrito en los libros sagrados que Elías y Enoch desaparecieron, pero "de tal modo que nadie supo que habían muerto", significa sencillamente que habían muerto en sus personalidades, como aún hoy día mueren para el mundo los yoguis hindúes y hasta algunos monjes cristianos. Ellos, en efecto, desaparecieron de la vista de los hombres y murieron en el plano terrestre hasta para ellos mismos. Esto parece un modo figurado de hablar; pero es, sin embargo, literalmente verdadero.”

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