El Ego o “Yo” Psicológico

 En el espejo. Auguste Toulmouche. 1890.

La mayoría de la gente piensa que ellos son – literalmente – el cuerpo físico y no se les puede culpar. Desde su nacimiento se les bautizó con un nombre y desde ese día, relacionan ese nombre con dos cosas: las emociones que sienten y el reflejo de la imagen que observan en el espejo. Por consiguiente, cada vez que alguien pregunta “¿Quién tiene hambre?” o “¿Quién toca a la puerta?”, pues la contestación es siempre la misma: “¡Yo!” Y como el mismo concepto de “Yo” está tan íntimamente relacionado con lo que la persona siente, pues el cuerpo también le sirve a la psiquis como un punto de referencia para identificar el origen donde se manifiestan las emociones.

Si por ejemplo la persona se siente herida, dice “[Yo] estoy deprimido”, si está enamorada dice “[Yo] estoy enamorada”, si ha pasado por un mal momento dice “[Yo] tengo coraje”, si la alaban dice “[Yo] me lo merezco”, si está feliz dice “hoy es el mejor día de mi vida”, y así ad infinitum, para cualquier emoción. Siempre hay algo que relacionar con el “Yo” y el hecho de que la persona relacione el concepto de “Yo” con su cuerpo físico es tan impactante para la psiquis que hasta los ademanes de expresión buscan guiar la atención de todo el que le rodee, en su cuerpo, pues como dijimos, es el cuerpo lo que considera el “mí mismo”.

Cuando el jugador de balompié hace un gol, levanta las manos y se golpea el pecho como quien dice “¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!”; el penitente se da de golpes en el pecho como diciendo “Yo… Yo… Yo…” y hasta para consolar a otros, vemos que muchos ponen su mano sobre su pecho, para decir “[Yo] estoy contigo”. E interesante resulta que el concepto de “Yo” siempre se relacione con el corazón.

Siempre que hay una referencia al mí mismo nos apuntamos al corazón, símbolo universal de la caridad y de la fuerza del amor. ¿Cuándo hemos visto a alguien decir “¡Soy Yo!” mientras se apunta a un hombro? ¿O a una rodilla? ¡Pues nunca! Sin embargo, nadie dice “yo soy el corazón”, igual que nadie dice “yo soy el pie”.

Aunque intuitivamente reconozca que su centro está en el corazón, el “Yo” siempre se asocia a sí mismo con la totalidad de la máquina humana como una unidad integral y esto, ha creado un efecto negativo en la psiquis, pues el “Yo” yace convencido de ser siempre “uno”; pero esto es una falacia del “mí mismo”.

No toma mucho esfuerzo hacer varios momentos de auto-observación en un día para darse uno cuenta de que todos tenemos un “Yo conductor” que se encarga de conducir el automóvil, mientras el “Yo preocupado” piensa en los problemas de la casa para ser interrumpido indiscriminadamente por el “Yo juez” que siempre sabe a quién culpar.

Todos tenemos el “Yo compro” que deambula por el supermercado mientras el “Yo tecnológico” se encarga de estar pendiente al móvil mientras el cuerpo se desplaza de aquí para allá. Y ni se diga el “Yo hermoso” que se mira a diario en el espejo y que no sale de la casa hasta que el “Yo del deseo” certifica que nos vemos “deseables” lo suficientemente para salir de a la calle. Podríamos hablar de muchos más yoes, pero el propósito de este escrito no es el de enumerarlos, sino de comprender qué es este concepto que llamamos “Yo”.

Cada “Yo” en sí mismo es divisible y su naturaleza es la de separar y dividir creando emociones de cólera, lujuria, codicia, envidia, gula, pereza, y orgullo. Por consiguiente, el “Yo” por definición es un “diablo”, y esto lo decimos sin buscar escandalizar y sin fanatismos religiosos de ninguna clase. La raíz de diablo (diábolos) ha sido atestiguada en griego por lo menos en el s. V a.C., por lo que resulta ser mucho más antigua que el cristianismo y vale notar, que no fue hasta siete siglos más tarde que la iglesia del s. II d.C. comenzó a usar esa palabra para denominar al “espíritu del mal”. En el sentido más estricto de la palabra, un “diablo” es el “calumniador”, el que “tira mentiras” y el “tira una persona contra otra” y eso es exactamente lo que hace cada uno de nuestros defectos de tipo psicológico.

Así que esto es lo que nuestros Yoes son: agentes psicológicos que se multiplican, que causan desacuerdos, crean hostilidades, rompen matrimonios, injurian, atropellan, abusan, matan, roban, incitan, seducen, despilfarran, malgastan, critican, enjuician, desean, tienen miedos, etc. Nuestros Yoes simplemente son diablos hijos del abuso de nuestra propia fuerza creadora, existen en nuestra tierra psicológica y utilizan TODAS las funciones del cuerpo físico para expresarse.

Podríamos argumentar que de la misma forma también existen “Yoes buenos”; otros valores en sí mismos que buscan cooperar, ayudar, servir, y sacrificarse por los demás, pero estos yoes son también de cuidado, pues ¿cuántas veces nuestro “Yo caritativo” le sirve a otros, pero nos sentimos aludidos si no nos dan las gracias? ¿Cuántas veces el “Yo altruista” ayuda a otros, pero nos molestamos cuando no nos ayudan? ¿Cuántas veces el “Yo humanista” va y “hace el bien”, pero cuando los resultados se materializan decimos: “eso no fue lo que quise decir” o “no esperaba que eso sucediera” o “no esperaba que reaccionaras así”? Siempre encontramos una parte nuestra que busca del reconocimiento, del alabo y el elogio; por el eso es que el Maestro Samael dice: “tras el incienso de la oración, se esconde el delito.”

Nuestros Yoes son agregados psicológicos y son un conjunto de valores; algunos positivos y algunos negativos, y nuestra meta como estudiantes de Gnosis es la disolución total del Yo. Pero esto le choca a muchos y dicen “y si elimino todos mis Yoes, entonces ¿Qué queda? ¿Dónde quedo ‘Yo’?”. La contestación es simple: “Lo que queda es la plenitud”.

Lo que nos interesa es precisamente lo que existe dentro de cada “Yo”, pues atrapado en cada agregado psicológico existe un fragmento de nuestra consciencia. En la Gnosis se le llama la “esencia” y ésta es el material psíquico más puro y divino que existe en cada uno de nosotros, es el fundamento principal para cristalizar un alma de tipo solar (brillante y resplandeciente) y nuestro trabajo al vivir la vida como un “trabajo iniciático” es el de liberar cada uno de esos fragmentos eliminando cada aspecto al que podemos llamar “Yo”.

Cada vez que logramos vencer en la batalla interna uno de esos muchos Yoes diablos, su destrucción permite la liberación de cierto porcentaje de consciencia que éste ha tenido atrapada y, como resultado, a más defectos eliminamos, más esencia liberamos y más conciencia queda despierta. Y este esfuerzo vale la pena considerarlo: si hoy día la humanidad vive con escasamente un 3% de consciencia libre y somos capaces de llevar hombres al espacio, de crear naves con la capacidad de visitar planetas vecinos, y hasta desarrollar la tecnología que disfrutamos, ¿Cuánto más y mejor no haríamos todas estas cosas con un 50% de consciencia despierta?

El trabajo de la eliminación requiere primero del esfuerzo de la auto-observación para poder descubrir el defecto. Una vez tal o cual Yo diablo ha sido descubierto, tenemos que estudiarlo y analizarlo. Hay que comprender cómo nos afecta nuestra forma de pensar, cómo nos afecta las emociones, nuestros hábitos, y hasta cómo nos afecta cuando nos roba nuestra fuerza creadora.

Vanité à la chouette. Fines Siglo 17. Anónimo

Si por ejemplo andamos en el trabajo y sentimos “celos profesionales” porque el jefe ha promovido a otro en vez de a nosotros, hay que observar nuestros pensamientos y comprender que el proceso de pensar se ha tornado ilógico. ¿Por qué sentir la necesidad de atacarle, criticarle o enjuiciar la calidad de su trabajo si es nuestro amigo?

También hay que comprender que el flujo de nuestras emociones se ha tornado negativo: ¿Por qué sentir rabia o envidia, si es nuestro amigo? ¿Cuándo fue que decidimos afligirnos por los logros y los beneficios de los demás?

Por último, hay que comprender que nuestros hábitos se convierten en aquellos de un autómata: ¿Estamos experimentando cierta histeria nerviosa?, o acaso ¿Estamos caminando de un lado a otro, sin rumbo alguno consumiendo el centro motor? ¿Estamos rechinando los dientes? Todo esto vale la pena comprenderlo. Y si en adición a esto también hacemos un esfuerzo por refrenar todos estos impulsos según recibimos el impacto de la noticia, ¡internamente transformamos esta energía interna en energía que sirve de uso para el Espíritu! Cuando refrenamos le damos cierto tipo de shock a la consciencia y cuando nos hacemos preguntas como las anteriores, nos damos la oportunidad de comprender más a fondo el defecto del “Yo” de los celos.

Una vez hacemos este esfuerzo, lo natural es que otros Yoes aparezcan y busquen justificar y proteger nuestros errores. Es importante ser severos consigo mismos y descartar todas estas patrañas de la mente. La mente en sí misma no tiene poder alguno sobre estos Yoes diablos.

Según aplicamos este esfuerzo de forma consciente, nos damos la oportunidad de pequeñas victorias y lo correcto es entonces apelar a un poder superior a la mente, con capacidad de poder destruir el defecto que ya hemos comprendido. Muchos considerarán que la solución para la eliminación del “Yo” está en hacer afirmaciones o en hacer ejercicios de respiración, pero lamentablemente tales acciones solamente resultan en un “Yo” muy afirmativo y muy bien oxigenado. La solución real está en el poder de nuestra Divina Madre Kundalini que es parte de nuestro verdadero Ser. Solamente ella es capaz de destruir nuestros defectos; simplemente hay que pedir de forma sencilla y espontánea, con amor infinito y corazón de niño, que destruya tal o cual defecto que hemos comprendido y ella así lo hará.

La consistencia y la tenacidad en este trabajo poco a poco resultan en una transformación interna que tiene consecuencias en el interior y en el exterior del hombre. El cambio viene como resultado del despertar de la consciencia según se eliminan los muchos Yoes diablos que llevamos dentro y este despertar progresivo poco a poco nos lleva a Niveles de Ser de tipo superior, que en el exterior del hombre se manifiesta como nuevas oportunidades, condiciones más propicias para el trabajo, y sobre todo un aumento en la felicidad.

Enviado por: Ricardo Santana Laracuente, instructor gnóstico de Phoenix, Arizona, E.U.

Imagen 1: En el espejo. Auguste Toulmouche. 1890.

Imagen 2: Vanité à la chouette. Fines Siglo 17. Anónimo

"La Esencia embutida entre el "mí mismo" es el genio de la lámpara de Aladino, anhelando libertad...libre tal genio, puede realizar prodigios". Samael Aun Weor

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